El deseo de invadir Portugal
Almonte, al igual que otros pueblos
de la provincia onubense, como Niebla y casi toda la comarca del Condado,
'supuso un territorio estratégico para los destacamentos franceses, que los
utilizaban como centros de aprovisionamiento de víveres a la ciudad sitiada de
Cádiz', explica María Antonia Peña. 'El objetivo de Napoleón era conquistar
Portugal, por lo que Huelva, al igual que el sur de Badajoz y Sevilla, eran
puntos de asentamiento de mandos y soldados', agrega la profesora. Portugal,
tradicional aliado de Inglaterra, era un incómodo bastión que irritaba a
Napoleón. Precisamente, las tropas francesas entraron en España en 1808 como
una etapa del camino que Napoleón preveía culminar con la invasión de Portugal.
El emperador de los franceses necesitaba adueñarse de Portugal para que el
bloqueo contra Inglaterra fuera efectivo. Si conseguía maniatar a su gran
enemigo, Inglaterra -el imperio que basaba su fuerza en su poderío marítimo-,
Napoleón controlaría Europa. El bloqueo continental (1806-1808) supuso un
fuerte golpe para Inglaterra. Además, la invasión de Portugal era fundamental
para que el corso cumpliera otro de sus objetivos: ser el dueño del
Mediterráneo occidental y de las riquezas del imperio americano. Tras las
patéticas y vergonzosas renuncias al trono del rey Carlos IV y su hijo
Fernando, Napoleón entregó la corona de España a su hermano José Bonaparte. Sin
embargo, el pueblo madrileño reaccionó violentamente contra la invasión y se
amotinó el 2 de mayo de 1808. El ejemplo prendió como la pólvora en el resto de
España. Y los almonteños dejaron también su sangre en el combate. La
historiadora subraya que en la provincia onubense 'no se produjeron batallas
significativas ni decisivas, pero los franceses se dedicaron a saquear todos
los pueblos'. 'Así, se instalaban en las casas, quemaban las iglesias y se
abastecían con todos los enseres y propiedades de los vecinos, que soportaban
el conflicto presos de pánico. Una situación que en otras zonas, como la Sierra
y el Andévalo, fue mucho más esporádica', indica la profesora. En el caso de
Almonte, añade María Antonia Peña, 'la presión que ejercen los mandos franceses
es absoluta'. 'Los vecinos, además de sus impuestos, pagaban a los franceses,
lo que producía un malestar generalizado', dice la profesora. María Antonia
Peña explica en su libro: 'Se trataba a toda costa de extraer fondos de donde
fuera, pues, tras un año y medio de continua sangría económica, los recursos
del municipio y de la propia población almonteña se encontraban totalmente
esquilmados'. La presión francesa tuvo como colofón la reacción de los vecinos
de la localidad onubense.
José Bonaparte, José I por otro nombre ‘Pepe
Botella’
Almonte. 17 de agosto de 1810. Guerra de la
Independencia. Los vecinos de esta localidad onubense se encomendaron a la
Virgen del Rocío, su patrona, para frenar la matanza ordenada por los mandos
franceses contra el pueblo, después de que los almonteños atacaran por sorpresa
a las tropas de Napoleón y mataran a tiros al capitán D'Ossaux, responsable del
destacamento acampado en la zona.
La matanza se evitó y, desde entonces, los vecinos
de esta comarca onubense prometieron peregrinar una vez al año, en pleno
verano, a la aldea de El Rocío, para dar gracias a la Señora. Un acto religioso
y social, que aglutina a miles de devotos, conocido como el Rocío Chico. Según
los historiadores, los soldados galos no cumplieron su fatal venganza de saqueo
y sangre, ya que, en el último momento, cuando avanzaban hacia Almonte,
recibieron una orden de regreso a Sevilla para reforzar la defensa de esa
ciudad.
Este capítulo se relata con todo lujo de detalles
en el libro El tiempo de los franceses, escrito por María Antonia
Peña, profesora del área de Historia Contemporánea de la Universidad de
Huelva, por encargo del Ayuntamiento de Almonte. La autora realiza un estudio
exhaustivo en el que se analiza la importancia estratégica que tuvo la
provincia onubense y, sobre todo, Almonte en el conflicto bélico que enfrentó a
españoles y franceses entre 1808 y 1814 tras la ocupación que realizaron las
tropas de Napoleón.
Peña realiza este trabajo casi un siglo después de
que saliera de los talleres de Edmon Dubois, en la Rue des Grans Agustins, de
París, la obra titulada Un village andalou (Un pueblo andaluz),
escrita por Jean D'Orleans, que narra los hechos acontecidos en Almonte. La
profesora onubense acompaña su estudio particular de una edición crítica, que
ofrece una aproximación a la trayectoria vital del escritor francés y las
características de su estilo.
La brutal presión de los invasores desbordó la
paciencia de los almonteños cuando se les obligó, cumpliendo órdenes, la
formación de milicias fieles al régimen afrancesado. 'Los individuos que
compongan estas compañías deberán tener al menos 17 años de edad y nunca más de
50. Estarán acreditados por su buena conducta y no deberán tener defecto
notable en su persona, ni menos estatura que la de cinco pies', según decía el
propio Jose I, al que su hermano Napoleón entregó la corona de España.
María Antonia Peña asegura que 'según el relato de
D'Orleans, es muy probable que fueran precisamente estas órdenes las que
actuaron como detonante del levantamiento de una partida de almonteños'. Y así
ocurrió. 'Un grupo de guerrilleros atacó de forma sorpresiva a los dos
destacamentos acuartelados en la villa, acabando con la vida del capitán
D'Ossaux y con varios oficiales heridos de gravedad'.
Cuando los mandos de Sevilla se enteraron de lo
ocurrido, 'enviaron un escuadrón a Almonte, que detuvo a las autoridades
civiles y eclesiásticas, además de a sus ciudadanos más insignes, que
retuvieron en la casa de la familia Cepeda -la más conocida de la localidad-
donde se había dado muerte al capitán francés'. Entretanto, un batallón se
dirigía al pueblo 'para pasar a degüello a los almonteños'.
La presencia de tropas españolas en las cercanías
del Aljarafe sevillano (Pilas )y la necesidad de reforzamiento de la capital
hispalense, hizo abortar la masacre. 'Los almonteños retenidos, que se habían
encomendado a la Virgen del Rocío, no dudaron de que su salvación se debió a la
intervención de su patrona', dice Peña. Todavía hoy se guardan algunos
vestigios de aquella escena bélica, como la puerta de la vivienda en la que
residía el capitán francés asesinado, atravesada por los disparos efectuados
por los almonteños.
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